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Blog del Padre Mario Ortega

La conversión: abrir el corazón a Cristo.

La conversión: abrir el corazón a Cristo.

Comienza la vida pública de Jesús. Comienza por los lugares y ciudades sobre los cuales Isaías ya había profetizado como testigos de la gran luz que se iba a hacer sobre ellos. Jesús es la Luz. Y comenzó a predicar con el mismo mensaje que había dejado Juan: "Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios". La salvación comienza por la conversión; comienza desde el momento que disponemos nuestro corazón para que la Luz de Cristo entre en él. Ya está cerca el Reino de Dios ¡es Cristo mismo, que ya está entre nosotros!

La conversión a Cristo nos abre un horizonte insospechado. ¡Estamos tan acostumbrados a convivir con nuestro sufrimiento, nuestro pecado y debilidad, con las injusticias que nos rodean... que el descubrimiento de un Dios hecho hombre que entra en nuestro corazón y nos da plenitud de vida y de amor supone en nosotros todo un cambio de esquemas. Es la conversión.

Pero esa conversión, acontecimiento íntimo y personal, es sin embargo algo que hay que compartir. De ahí que Jesucristo nos llame, como hizo con los doce, a ser sus apóstoles.

Iglesia doméstica, Iglesia Diocesana, Iglesia Universal

Iglesia doméstica, Iglesia Diocesana, Iglesia Universal

   ¡Qué experiencia más intensa de vida cristiana la que vivimos el pasado 30 de diciembre en Madrid!

   La celebración "Por la familia cristiana" fue todo un éxito porque los cristianos que estábamos allí nos encontrábamos realmente en nuestro Hogar, en nuestro Lugar: La Iglesia, el Lugar donde habita Cristo, la Iglesia Católica en sus tres principales e íntimamente correlacionados niveles: Iglesia doméstica, diocesana y universal. Todo en una unidad de amor a imagen de la Sagrada Familia, fuente de todo amor, porque es la familia del Hombre Dios, Jesucristo.

   La Iglesia doméstica es la familia cristiana: el padre, la madre y los hijos. Ésta se encuentra realmente en su sitio y se realiza plenamente cuando hace efectiva y bien visible su vinculación a la Iglesia a través de su parroquia y/o movimiento, siempre en comunión filial con los sucesores de los apóstoles que son los obispos; la Iglesia Diocesana. Y como nuestra Iglesia es Una y Católica, esta vinculación sigue natural y felizmente mediante la comunión con el Papa, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia Universal.

   Esta triple comunión, tan visible en la Plaza de Colón el pasado día 30 de diciembre, fue la principal razón del éxito de este maravilloso y multitudinario acto. Allí todos estábamos en familia: la nuestra biológica, la nuestra parroquial y la nuestra universal. Los obispos son nuestros padres y pastores. Representando a los apóstoles nos unen a todos los demás miembros de la Iglesia en todo el mundo. El Papa es el Vicario de Cristo; gracias a la técnica, a través de la videoconferencia, se pudieron unir las plazas de Colón en Madrid y de San Pedro en Roma, para hacernos vivir nuestra comunión, en definitiva, con Cristo, ya que el Papa es el "dulce Cristo en la tierra", como le llamaba Santa Catalina de Siena.

   Día del Orgullo Cristiano, se ha venido a llamar. Del orgullo, del amor y de la emoción de sabernos siempre acogidos en una familia tan grande. Un cristiano nunca está solo. Está con Cristo a través de la gran familia de la Iglesia. Dios Hombre, que quiso nacer en el seno de una familia, quiere que lo encontremos también a través de la familia: de la familia doméstica, de la familia parroquial y diocesana y de la familia universal. Una cada una de estas familias no puede subsistir sin las otras porque forman una unidad: La Iglesia Católica.

   ¡Qué orgulloso estoy de pertenecer a ella!  pmariost@gmail.com

Un embarazo realmente difícil

Un embarazo realmente difícil

Se trataba de un embarazo muy especial, ciertamente. María y José aún no vivían juntos y ella esperaba ya un hijo. La causa de tal situación sólo la sabía ella. José no daba crédito a sus ojos al ver a su prometida embarazada; María era en extremo buena y veraz… pero los hechos eran evidentes y la ley clara: la mujer que durante el tiempo de los desposorios fuera infiel, debía ser repudiada y morir apedreada.

Comienza el calvario para María y José. José, sumido en el más absoluto desconcierto, era bueno y no quería denunciarla.

Haga nuestra imaginación el esfuerzo de trasladar la situación de esta pareja a nuestros días. Podrían oir muchas voces y consejos, aún de los más allegados indicándoles ir al "Belenex Clinical Center", donde por el módico precio de 6000 € les resolverían el problema. La conciencia social, que había avanzado poderosamente, fruto del progreso (del bolsillo de unos cuantos) dictaba sentencia: se trata de un clarísimo caso de peligro de salud física y psíquica de la madre; una madre de quince años cuya vida corría peligro (moriría apedreada) y, además, una insoportable presión psicológica no sólo para ella, sino para el pobre José.

            Todo encajaba - según nuestro avanzadísimo modo de pensar - para acudir sin escrúpulo alguno a esta magnífica solución que ya practicaban todos los países modernos. Ese embarazo causaba infinidad de problemas y sólo una moral retrógrada podría obstaculizar la salida.

            Sin embargo, María, como todas las madres que saben en el fondo que lo que tienen en su seno no es simplemente un granito, amaba ya mucho a su hijo. El instinto maternal, más puro cuanto mayor es el amor (y ella era la llena de gracia) le impulsaba a superar todas las dificultades. Su prima Isabel, una comprometida activista de grupos provida, la animó tremendamente. Sin embargo, José ¡pobre José! qué prueba tan dura de la fe… De pronto, cuando menos se lo espera, se le aclara todo (Dios aprieta pero no ahoga). En sueños se le aparece el ángel (que es otro joven provida) con un mensaje totalmente consolador: no temas en recibir a María como esposa. Es decir, sigue adelante, valientemente en favor de la vida. Dios bendice siempre a quien respeta y protege la vida, que es un milagro del cielo…

            Y Jesús, finalmente nació. La cultura de la vida venció a la cultura de la muerte, aparentemente más poderosa, pero aquí el verdaderamente poderoso es Dios y todos los que están de su parte verán esta victoria final. Al final se entiende todo, y cuando una madre ve el rostro de su bebé y lo abraza con todo su amor, se olvidan los problemas anteriores.

            Sin embargo, hay que estar atentos, porque la cultura de la muerte no descansa. Veremos el próximo día cómo el ministro de sanidad de entonces, llamado Herodes, quiere establecer una ley de plazos por la que todos los menores de dos años serán asesinados cobardemente. Y es que la cultura de la muerte sólo sabe de eso, de muerte. El niño concebido, tenga dos días, dos semanas o dieciseis semanas, es un niño.

            Que la luz del Evangelio, el misterio de la Navidad, que estos días celebramos, nos fortalezca como firmes defensores de la vida humana, don de Dios y alegría para todos. pmariost@gmail.com

Sólo el humilde descubre la misericordia de Dios

Sólo el humilde descubre la misericordia de Dios

La parábola del hijo pródigo contiene toda nuestra vida, en sus dos típicas versiones, representadas con los dos hijos del padre misericordioso. A veces somos pecadores descarados, como el hijo menor; y otras veces somos pecadores refinados, como el mayor. En uno y en otro caso, estamos muy lejos del corazón misericordioso del padre.

¿Cuál es nuestra salvación? La encontramos en el hijo menor, en el momento en que recapacita y decide volver a casa. Hace falta mucha humildad para dar ese paso. No es que el hijo dude de la bondad de su padre (aunque no se puede imaginar aún lo ilimitadamente bueno que es), pero sin duda se imaginó también la humillación que supondría para él su regreso a casa: los criados señalándole, su hermano, los amigos... ante todos tendría que reconocer su pecado, su equivocación. Esta previsible humillación no le echó atrás. Fue humilde, y esa fue su salvación. Gracias a su humildad podrá descubrir la insondable misericordia de su padre.

Cuántas veces nuestra vida es la del hijo pródigo. Buscamos nuestra felicidad, como él, en las cosas de este mundo. Y como consecuencia nos olvidamos de Dios. Así lo ha enseñado siempre la doctrina de la Iglesia: el pecado es "conversión a las criaturas" y consiguientemente dar la espalda a Dios ("aversión a Dios"). Tomamos como él un camino de perdición. Pero ésta no es definitiva si nos decidimos a confesar con humildad nuestro pecado, ante Dios, por medio de su Iglesia (que para eso está el sacramento de la confesión). Entonces emprendemos el camino de la salvación y descubriremos el gran tesoro que Dios nos quiere revelar: su abrazo misericordioso. Ahí si que está nuestra felicidad, una felicidad sin límites.

Pero, ojo, nuestra vida no es sólo la del hijo pródigo, sino muchas veces también la del hijo mayor, cuyo pecado es el rencor y con él la envidia y la soberbia. Él se jacta de haber estado siempre con el padre, de no haber caído en el pecado descarado de su hermano. Pero el suyo era un pecado mucho más refinado. Él estaba cerca del padre sólo físicamente. Su corazón estaba muy alejado de él. Así somos también nosotros cuando nos creemos superiores a los demás, más religiosos, más santos... pura soberbia es esta actitud, nada de humildad. Por aquí no encontramos nuestra salvación.

Seamos como el hijo pródigo arrepentido, seamos humildes. Porque sólo entonces podremos descubrir la misericordia de Dios, que es nuestra salvación.  pmariost@gmail.com

El cristiano llama Padre a Dios, ésta es la diferencia

El cristiano llama Padre a Dios, ésta es la diferencia

El Evangelio del Domingo XVII del tiempo ordinario nos muestra a Jesús enseñando a sus discípulos a orar, les enseña cómo dirigirse a Dios. Nos une de tal modo a Él mismo que, como Él, podemos llamar Padre a Dios. Este es la originalidad primordial de la religión cristiana. ¿Cómo van a ser todas las religiones iguales, si ninguna otra se dirige a Dios llamándolo PADRE, más aún PAPÁ (Abba)? La vida cristiana es unirse sacramental y vivencialmente a Cristo, de modo que con Él podamos mirar a Dios y decirle: PADRE. Si soy consciente de esto que digo, inmediatamente surgirá en en mí la convicción de ser HIJO y todo lo que esta relación lleva consigo: amor, perdón, confianza, seguridad.

La vida cristiana, perdonadme la expresión, es lo mejor que hay. Lo más grande que se puede imaginar. ¿Puedes imaginar una grandeza mayor para ti que la de llamar al Dios infinito PADRE? ¿Te das cuenta de lo maravilloso que es dirigirte a Dios diciéndole: "aquí tienes a tu hijo"; y lo consolador que será decirle esto mismo a Dios cuando nos llegue la muerte y nos presentemos ante Él: "aquí estoy yo, tu hijo"? Piensa en esto continuamente, vive anclado en esta verdad, ya que esta es la clave de tu vida cristiana, lo realmente original del Evangelio. pmariost@gmail.com

Amemos a la Iglesia y así transformaremos el mundo

Amemos a la Iglesia y así transformaremos el mundo

Dentro de unos días celebraremos la fiesta de San Ignacio de Loyola. El fundador de la Compañía de Jesús forma parte de toda una constelación de santos que, al igual que otros, como Lutero o Calvino, advirtieron la necesidad de una reforma en la Iglesia, para que ésta respondiera mejor a su naturaleza apostólica y misionera. La diferencia estriba en que este numeroso grupo de santos reformaron la vida de la Iglesia desde la santidad y unión con Dios de sus propias vidas, sin salir de la "Barca de Pedro", demostrándonos que éste es el único camino eficaz de renovación de la Iglesia y, por ende, de transformación del mundo según el Evangelio. Santos como San Ignacio, Santa Teresa, San Juan de la Cruz o San Juan de Ávila han influído y siguen influyendo enormemente en la vida espiritual de millones de cristianos y aún de no cristianos.

El ejemplo para nosotros no puede ser más claro: solamente amando a la Iglesia, al Papa, manteniéndonos unidos a él afectiva y efectivamente, conservando y acrecentando la unidad que Cristo pidió al Padre para sus discípulos, podremos transformar el mundo y vencer a tanto mal que se difunde hoy en día. Cristo y yo, mayoría absoluta. Con Cristo y con la Iglesia ¡Victoria segura! pmariost@gmail.com

Para la mayor gloria de la Santísima Trinidad

Para la mayor gloria de la Santísima Trinidad

Todos nuestros pensamientos, palabras y acciones han de tener a Dios Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) como su principal fin. Es decir, nuestra vida cobrará verdadero sentido y será auténticamente cristiana - santa - si no vivimos para nosotros mismos, sino para el Señor. Con esta finalidad surge este blog y con el deseo de que la comunicación que aquí se establezca, vaya siempre dirigida hacia esta misma intención. pmario@gmail.com