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Blog del Padre Mario Ortega

Sólo el humilde descubre la misericordia de Dios

Sólo el humilde descubre la misericordia de Dios

La parábola del hijo pródigo contiene toda nuestra vida, en sus dos típicas versiones, representadas con los dos hijos del padre misericordioso. A veces somos pecadores descarados, como el hijo menor; y otras veces somos pecadores refinados, como el mayor. En uno y en otro caso, estamos muy lejos del corazón misericordioso del padre.

¿Cuál es nuestra salvación? La encontramos en el hijo menor, en el momento en que recapacita y decide volver a casa. Hace falta mucha humildad para dar ese paso. No es que el hijo dude de la bondad de su padre (aunque no se puede imaginar aún lo ilimitadamente bueno que es), pero sin duda se imaginó también la humillación que supondría para él su regreso a casa: los criados señalándole, su hermano, los amigos... ante todos tendría que reconocer su pecado, su equivocación. Esta previsible humillación no le echó atrás. Fue humilde, y esa fue su salvación. Gracias a su humildad podrá descubrir la insondable misericordia de su padre.

Cuántas veces nuestra vida es la del hijo pródigo. Buscamos nuestra felicidad, como él, en las cosas de este mundo. Y como consecuencia nos olvidamos de Dios. Así lo ha enseñado siempre la doctrina de la Iglesia: el pecado es "conversión a las criaturas" y consiguientemente dar la espalda a Dios ("aversión a Dios"). Tomamos como él un camino de perdición. Pero ésta no es definitiva si nos decidimos a confesar con humildad nuestro pecado, ante Dios, por medio de su Iglesia (que para eso está el sacramento de la confesión). Entonces emprendemos el camino de la salvación y descubriremos el gran tesoro que Dios nos quiere revelar: su abrazo misericordioso. Ahí si que está nuestra felicidad, una felicidad sin límites.

Pero, ojo, nuestra vida no es sólo la del hijo pródigo, sino muchas veces también la del hijo mayor, cuyo pecado es el rencor y con él la envidia y la soberbia. Él se jacta de haber estado siempre con el padre, de no haber caído en el pecado descarado de su hermano. Pero el suyo era un pecado mucho más refinado. Él estaba cerca del padre sólo físicamente. Su corazón estaba muy alejado de él. Así somos también nosotros cuando nos creemos superiores a los demás, más religiosos, más santos... pura soberbia es esta actitud, nada de humildad. Por aquí no encontramos nuestra salvación.

Seamos como el hijo pródigo arrepentido, seamos humildes. Porque sólo entonces podremos descubrir la misericordia de Dios, que es nuestra salvación.  pmariost@gmail.com

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